Una adaptación funcional es una estructura o comportamiento que ha surgido en algún momento de la historia evolutiva de una especie para ayudar en la supervivencia de esa especie, o de sus predecesores. Una cáscara de huevo impermeable, por ejemplo, es una adaptación funcional que surgió entre los reptiles en respuesta a la necesidad de poner huevos en ambientes secos y desecantes donde las cáscaras de huevos permeables se hubieran secado.
Las adaptaciones funcionales están en el corazón de la evolución. Las estructuras que aumentan la probabilidad de supervivencia de un organismo son fuertemente favorecidas por la selección natural, por lo que aparecen en un número cada vez mayor de una generación a otra hasta que el rasgo se fija y cada miembro de la población las tiene. A veces las adaptaciones funcionales hacen la transición de una función a otra. Un ejemplo de esto son las plumas. Las plumas surgieron durante el mesozoico como una forma de aislamiento para algunas especies de dinosaurios. Eran funcionales como aislantes en estas especies. Con el tiempo, la forma de algunas plumas cambió para permitir el vuelo entre los ancestros de las aves modernas. Las plumas asumieron así una nueva función durante el curso de la evolución de las aves.
Las adaptaciones una vez funcionales pueden perder su función. Estas adaptaciones vestigiales no siempre son inútiles. El cóccix humano, o coxis, es un ejemplo de adaptación vestigial. Todavía sirve como punto de unión para los músculos, pero se considera que tiene funciones muy disminuidas de formas ancestrales.