La luz de los fotones azul y rojo tiene energía pero no masa, no tiene carga eléctrica y viaja a la velocidad de la luz. Todos los fotones comparten estas propiedades, sin importar su nivel de energía. El color de un fotón proviene de su longitud de onda, y el azul tiene un valor más alto que el rojo.
Los colores visibles para el ojo humano representan una pequeña porción de todo el espectro electromagnético. Todos los fotones, visibles o no, transportan energía expresada a través de la longitud de onda. La longitud de onda determina cómo el fotón interactúa con otras partículas elementales. Los fotones en el extremo gamma o de rayos X del espectro pueden penetrar la mayoría de la materia porque poseen longitudes de onda muy altas. Los fotones en el espectro visible, que tienen longitudes de onda mucho más bajas, tienden a reflejar la materia o a ser absorbidos por ella. Esta propiedad explica por qué los humanos ven el color como lo hacen.
No fue hasta la década de 1960 que los físicos pudieron estudiar colores específicos y longitudes de onda de fotones usando láseres. Un estudio posterior no reveló diferencias en las propiedades de los fotones más allá de la longitud de onda, aunque muchas aplicaciones que utilizan luz coherente producida por láseres se han convertido en algo habitual.
Aunque los fotones no parecen tener masa, interactúan con otras partículas fundamentales. Max Planck y Albert Einstein sentaron las bases de la física cuántica mientras estudiaban la luz y la radiación. Planck propuso que la energía se irradiaba en paquetes discretos a los que llamó quanta y mostró cómo la energía sería transportada por los quanta. Einstein mostró cómo estos cuantos podrían producir corriente eléctrica cuando la luz brilla sobre materiales específicos, lo que sugiere que los fotones, al no tener masa, podrían desalojar un electrón en un átomo. Este fue el efecto fotoeléctrico, y le ganó un premio Noble.