El impacto final de la Revolución Industrial fue la formación de un estado regulador sin precedentes diseñado para proteger a los trabajadores y consumidores. La fabricación mecanizada trajo inmensas consecuencias para el trabajo, poniendo la vida y el sustento de los trabajadores a merced de propietarios de fábricas. Los consumidores estuvieron expuestos a productos dañinos y de baja calidad. Para remediar estas consecuencias de la industrialización, el gobierno intervino con una serie de reformas radicales.
La Revolución Industrial cambió permanentemente la relación entre trabajador, empleador y gobierno. Los trabajadores de fábricas trabajaban en situaciones extremadamente peligrosas y realizaban tareas repetitivas y no creativas que eran muy diferentes de la mano de obra calificada típica de los trabajadores antes de la Revolución Industrial. A pesar de estos cambios en el entorno laboral, los empleadores tenían una actitud anticuada hacia el trabajo. Pagaron a los trabajadores solo lo mínimo para subsistir, emplearon a decenas de niños y se negaron a compensar a los trabajadores lesionados en el trabajo. Los gobiernos respondieron con leyes de salario mínimo, leyes de trabajo infantil, requisitos de seguridad, compensación de lesiones y requisitos de pensión. Los trabajadores también lucharon por sus intereses formando sindicatos y sindicatos.
Los fabricantes de alimentos empacaron sus productos en entornos altamente insalubres. Alimentos podridos, animales y desperdicios de animales e incluso partes del cuerpo humano terminaron en alimentos. El gobierno intervino con leyes que regulan las prácticas de procesamiento de alimentos e instituyen inspecciones.
La revolución industrial permitió a ciertos hombres acumular grandes fortunas y construir corporaciones monopólicas. Industriales como Andrew Carnegie y John D. Rockefeller dominaron sus campos. Para frenar los efectos negativos del monopolio, el gobierno promulgó leyes antimonopolio, para disgusto de los magnates.