Durante el período medieval, los monjes realizaron muchos trabajos diferentes dentro y fuera de los monasterios. Los monasterios solían ser centros de aprendizaje y servían como hospitales primitivos, y en algunos casos tenían tribunales para juzgar los delitos de las aldeas cercanas. Los monasterios también produjeron una amplia variedad de productos agrícolas, incluidos vinos y licores.
Gran parte de los ingresos de un monasterio provinieron de donaciones, pero con el tiempo, todas las órdenes monásticas necesitaban mantenerse a través de otros medios financieros. Muchos monasterios poseían grandes extensiones de tierra, alquilándolas a arrendatarios. Otros establecieron molinos en sus terrenos, permitiendo a los agricultores moler su grano por una tarifa. Cuando un monasterio se mantenía solo a través de estos métodos de ingresos pasivos, los monjes individuales dedicaban su tiempo a estudiar o prestar servicios religiosos a las aldeas. Algunos monasterios aprovecharon sus ricas tierras y produjeron vino, queso y otros productos agrícolas.
Los monasterios eran menos propensos que las tierras privadas a ser atacados y saqueados durante los conflictos. Esto permitió a los monjes la estabilidad para desarrollar y cultivar variedades únicas de uvas y otros cultivos, y desarrollar técnicas de elaboración de quesos y vinos a lo largo del tiempo. Muchas variedades distintas de vino y queso se originaron en los monasterios antes de ser adoptadas por otros productores agrícolas regionales.
