Los estímulos internos son pensamientos o sensaciones fisiológicas que hacen que un ser vivo haga algo. El estímulo interno del hambre, por ejemplo, provoca que los seres vivos normales busquen comida.
Los estímulos internos aseguran que los seres vivos estén motivados para realizar cosas que mantienen la vida, como comer, excretar y reproducir. Mientras que muchos estímulos internos, como el hambre o la somnolencia, ocurren espontáneamente, la mayoría de los estímulos internos son reacciones a estímulos externos. Por ejemplo, el estímulo de un gato macho para reproducirse se activa cuando huele, escucha o ve a una gata en celo.
Los instintos también se entrelazan con estímulos internos. Estas interacciones complejas dependen de estímulos internos, estímulos externos y una respuesta programada para funcionar correctamente. Un ejemplo sería el instinto de las aves a volar hacia el sur para el invierno. Son estimulados externamente por una caída de la temperatura y estimulados internamente por el hambre causada por la escasez de alimentos, por lo que vuelan instintivamente hacia el sur, donde hace más calor y hay más comida disponible.
La comprensión de cómo funcionan los estímulos internos también es importante para los vendedores y otros que dependen de la manipulación del comportamiento humano. Por ejemplo, los restaurantes han aprendido a ventilar los olores de comida en las aceras y calles. El olor se convierte en un estímulo externo que provoca hambre o apetito y puede llevar a los clientes al restaurante para calmar ese estímulo interno.