Los metales conducen bien la electricidad debido al hecho de que los electrones más externos en sus átomos están sujetos a fuerzas atómicas débiles, lo que permite que estos electrones fluyan fácilmente de un átomo a otro. Este flujo de electrones es lo que se encuentra en el corazón de una corriente eléctrica.
El tipo de enlaces que los átomos crean entre sí depende de su configuración atómica. Cada átomo tiene un número variable de electrones, dispuestos en capas que representan estados de energía en aumento. Si una capa tiene el número máximo de electrones que puede contener, es relativamente estable, mientras que una capa con menos electrones puede dar y tomar electrones más fácilmente. Las moléculas orgánicas tienden a presentar enlaces que completan estas capas de electrones, mientras que los metales tienden a tener más brechas en la capa más externa. En conductores fuertes, como el cobre, los electrones libres fluyen alrededor de los átomos metálicos como el agua alrededor de las islas, moviéndose libremente de un átomo a otro.
Cuando se aplica un campo eléctrico a un metal, estos electrones se mueven de un lugar a otro. Como cada electrón comparte la misma carga eléctrica, las partículas se repelen fuertemente entre sí. Un electrón libre se desplaza al átomo de metal adyacente, desalojando cualquier electrón libre presente, haciendo que se muevan en la dirección de la corriente.