La industrialización ofreció beneficios en la eficiencia que afectaron a casi todas las facetas de la vida en la sociedad. La industrialización incrementó la producción agrícola y manufacturera, permitiendo a las personas tomar empleos en otros sectores y aumentando la cantidad de bienes de consumo y alimentos disponibles para la población. La industrialización generó un crecimiento significativo de la población, así como aumentos en la producción económica. También estimuló el desarrollo tecnológico, permitiendo avances científicos que cambiaron el mundo.
Antes de la Revolución Industrial, la mayoría de las personas eran agricultores, y la mayor parte de la actividad económica se centraba en pequeños pueblos y aldeas. Esto dejó a las comunidades aisladas unas de otras incluso cuando las distancias entre ellas eran relativamente pequeñas. La industrialización concentraba las poblaciones en las ciudades, que pronto se volvieron dependientes de las comunidades rurales para la alimentación. Las comunidades rurales, a su vez, se volvieron dependientes de las ciudades para obtener bienes manufacturados y herramientas para hacerles la vida más fácil. De esta manera, la industrialización unió a los países y creó una identidad nacional más cohesiva.
La liberación de trabajadores de empleos agrícolas también ayudó al desarrollo de la tecnología. Los hijos de ciudadanos urbanos tenían mejores oportunidades educativas que los de las granjas, permitiendo que más estudiantes ingresaran en instituciones de educación superior y se convirtieran en científicos, ingenieros y médicos. Esto condujo a los rápidos avances científicos y tecnológicos en los siglos XIX y XX.