Los monocitos ayudan a limpiar el tejido muerto o dañado del cuerpo. En una persona sana, los monocitos deben representar del 1 al 10 por ciento de los leucocitos circulantes, como lo indican los Manuales de Merck. Los monocitos circulan en el torrente sanguíneo durante unas pocas horas, luego pasan a los órganos, como el bazo, el hígado, los pulmones, los sitios de las heridas y la médula ósea, donde se convierten en macrófagos. Una vez allí, descomponen los desechos, las células cancerosas y cualquier sustancia extraña en un proceso conocido como fagocitosis.
En algunos casos, los niveles más altos de monocitos pueden causar niveles disminuidos de otros tipos de glóbulos blancos, como los neutrófilos, linfocitos, eosinófilos, basófilos y neutrófilos jóvenes. Si hay un gran número de monocitos en la sangre, los médicos tomarán en cuenta el historial médico, realizarán pruebas y evaluarán los síntomas para hacer un diagnóstico.