Uno de los principios fundamentales del existencialismo es que los humanos son seres libres y autoconscientes. Esto significa que cada ser humano debe definir quién es él mientras acepta la responsabilidad que acompaña a la libertad. Cada humano es responsable de sus acciones y decisiones; independientemente de la influencia externa, está fundamentalmente solo en un mundo incierto.
Debido a que los humanos son agentes libres, y no hay una forma única de navegar por la vida, es imposible predecir de manera confiable el comportamiento de otros agentes. Sartre se refirió a esta ineludible incertidumbre como desesperación.
Nietzsche reconoció que no hay un significado intrínseco para la vida; sin embargo, creía que las personas pueden crear significado y valor dependiendo de la forma en que viven sus vidas. Satre continuó esta línea de razonamiento para llegar a otro de los principios del existencialismo: dado que no hay una explicación objetiva de lo que significa ser humano, cada humano decide su propio significado a través de la existencia. Los seres humanos no son entidades fijas; más bien, deciden en qué se convierten.
La alienación también es fundamental para el existencialismo. La alienación se refiere al hecho de que, mientras que los humanos pueden darle significado al mundo a través de sus acciones, el mundo no se hace realidad a través de las acciones humanas. Todo ser humano es consciente de la otredad del mundo en varios momentos; por ejemplo, la autoconciencia que siente cuando se da cuenta de que alguien lo está mirando. Cada humano puede elegir sus propias acciones, pero también es simplemente una parte del mundo para otras personas.
Otro principio es el de la autenticidad, que se refiere a la auto-creación. Un existencialista considera que una vida auténtica es aquella en la que una persona elige sus acciones basándose en sus valores y se compromete con ellas. Una persona no auténtica realiza sus acciones porque eso es lo que se supone de él, y es mucho más pasivo.