Algunas dificultades a las que se enfrentan los agricultores fronterizos fueron la falta de lluvias y la tierra densa que era difícil de arar, debido a los pastos duros de las Grandes Planicies. Por lo tanto, dependían mucho de tecnologías agrícolas como bombas de energía eólica, para elevar el agua del subsuelo y arados reforzados con puntas de acero.
Debido a estas dificultades, los gobiernos de la frontera recibieron grandes extensiones de tierra a cambio de tarifas nominales, siempre que pudieran mejorarlas con éxito. Esta fue la Ley de Homestead de 1862.
Sin embargo, los agricultores fronterizos en estas tierras también fueron objeto de ataques por parte de los nativos americanos, quienes se opusieron a ser desplazados de sus tierras ancestrales y se limitaron a las reservas.