Las mutaciones en un individuo o población son necesarias para la adaptación al ambiente, que es la fuerza impulsora detrás de la evolución. Sin mutaciones naturales, los organismos vivos no progresarían o evolucionarán como una población en respuesta a la variable estímulos ambientales.
Las mutaciones suelen favorecer a un pequeño subconjunto de una población en lugar de a la mayoría, lo que a menudo provoca cuellos de botella evolutivos que cambian el acervo genético de la especie en cuestión. Por ejemplo, una población de conejos puede tener muchas mutaciones diferentes que rigen los colores y los patrones de las pieles. El significado de esta variabilidad es que los colores y los patrones que mejor se mezclan con los ambientes de los conejos se pasarán a la siguiente generación porque los conejos con colores más ostentosos serán fácilmente identificados y cazados por los depredadores.
Cualquier mutación puede permitir que un individuo tenga una ventaja sobre otros miembros de la especie. Una mutación podría hacer que un individuo se camufle para evitar a los depredadores, que sea más rápido para atrapar presas, que sea más resistente a soportar el estrés ambiental o que esté mejor equipado para utilizar nutrientes. Al mismo tiempo, algunas mutaciones pueden ser un déficit para los individuos, como es el caso de trastornos genéticos como la esclerosis múltiple. En general, las mutaciones en un organismo individual pueden ayudar o perjudicar la posibilidad de que los genes de los individuos se transmitan a la progenie.