Los objetos se hunden en el agua hasta que el peso del agua desplazada es igual al peso del objeto. Si el peso del agua que se desplaza es menor que el peso total del objeto, el objeto se hunde.
La gente a menudo se confunde en cómo un trozo de acero, que se hunde si se arroja al agua, puede convertirse en un barco que flota. La respuesta está en la forma del objeto. Al formar una forma de cuenco a partir del acero, provoca un mayor desplazamiento del agua, ya que la parte de aire del cuenco también ocupa espacio y desplaza el agua. Más agua desplazada es igual a más fuerza que actúa contra el objeto y los objetos pesados pueden flotar en el agua.
Otra cualidad que afecta la capacidad de flotar de un objeto es su densidad. La densidad es el peso de un objeto comparado con su volumen. Un pedazo de corcho flota sin importar la forma porque es menos denso que el agua.
Por último, el agua en sí puede afectar la capacidad de los objetos para flotar. El agua de mar es ligeramente más densa que el agua, por lo que puede soportar objetos ligeramente más pesados. Además, si el objeto es lo suficientemente pequeño (por ejemplo, un pequeño alfiler o insecto), la tensión superficial del agua puede evitar que se hunda, incluso si su densidad y forma lo permitieran.