Las tres funciones del exoesqueleto de un artrópodo son la protección, el apoyo y la unión muscular. El exoesqueleto comienza como un procutículo, formado por capas que incluyen microfibras de quitina en una matriz proteica. Después de cada muda, las partes del procurículo se endurecen, formando el familiar exoesqueleto de un escarabajo, ciempiés o langosta.
Una cubierta dura protege los órganos internos del artrópodo del daño de los depredadores. Apoya y da forma al cuerpo. El interior de la cáscara proporciona puntos de sujeción para los músculos esqueléticos. Esta musculatura proporciona un apalancamiento óptimo a los apéndices y proporciona la increíble fuerza observada en los insectos. La fuerza y la protección tienen un precio: un artrópodo no puede seguir creciendo mientras está encerrado en una cáscara dura. De vez en cuando, debe mudar, desprenderse de la cáscara vieja y permanecer vulnerable hasta que la nueva cáscara se endurezca.