La Doctrina Monroe consolidó la posición de los Estados Unidos como el poder dominante en el hemisferio occidental. Se convirtió en un componente integral de la política exterior estadounidense.
La doctrina de Monroe fue creada por John Quincy Adams en un momento en que las colonias españolas en América Latina habían comenzado a declarar su independencia. Cuando el presidente James Monroe declaró la doctrina en su discurso anual al Congreso de 1823, se notificó a todas las potencias extranjeras que cualquier intento de recuperar el control de sus antiguas colonias se consideraría un acto hostil. La doctrina también tuvo implicaciones en suelo norteamericano. Rusia reclamaba vastas franjas de tierra que llegaban hasta el sur de la actual Oregon. La franqueza de la doctrina dejó en claro que a cualquier potencia extranjera se le impediría expandir su presencia en el área que se convertiría en la costa oeste de los Estados Unidos. La doctrina puede considerarse exitosa en el sentido de que ninguna potencia europea intervino en América del Sur, aunque sería ingenuo sugerir que esto se debió únicamente a la Doctrina Monroe.
Décadas más tarde, la Doctrina Monroe fue un componente de la política de destino manifiesto que se utilizó para justificar la expansión occidental. Fue citado como una base para las políticas intervencionistas de los Estados Unidos hasta bien entrado el siglo XX.