El consenso entre los bioquímicos es que prácticamente todas las células del cuerpo humano pueden descomponer el azúcar, generalmente en forma de glucosa, para usar como energía. Según los autores de la quinta edición de "Bioquímica", el cerebro y los riñones prefieren funcionar con glucosa. De hecho, el cerebro favorece la glucosa hasta el punto de que solo metaboliza otras fuentes de combustible después de varios días de inanición.
A diferencia del cerebro, "Bioquímica" indica que muchos otros órganos prefieren combustibles metabólicos alternativos antes de recurrir a la glucosa. Uno de los ejemplos mejor entendidos de este fenómeno es el hígado. Como el principal órgano del metabolismo, el hígado procesa la mayoría de los nutrientes obtenidos de los alimentos en el tracto digestivo. En lugar de utilizar la glucosa para alimentar sus propias actividades, el hígado almacena la glucosa entrante como un almidón, llamado glucógeno. Una vez que las reservas de glucógeno están llenas, la glucosa adicional se convierte directamente en grasa. El hígado prefiere usar cuerpos cetónicos y otros subproductos del metabolismo como combustible.
Los músculos esqueléticos queman la glucosa, los ácidos grasos y los cuerpos cetónicos como combustible. En comparación con el músculo esquelético, el músculo cardíaco contiene muy poco glucógeno y, en cambio, prefiere los ácidos grasos de cadena media como el combustible de elección. De manera similar, las células en el tejido adiposo, que contienen la mayor parte de las reservas de grasa en el cuerpo, rara vez utilizan la glucosa como combustible. En cambio, los adipocitos dependen de la energía almacenada en las gotas de triacilglicerol para sintetizar y almacenar los ácidos grasos como una reserva de energía a largo plazo.