Las aleaciones se fabrican porque contienen propiedades que el metal puro no tiene, lo que las hace más útiles en aplicaciones prácticas. Las aleaciones pueden tener propiedades especiales y pueden ser más duras que el metal original, más conductivas al calor o la electricidad, o menos propensas al óxido y la corrosión.
El acero es un ejemplo perfecto de una aleación. Se hace mediante la infusión de hierro con carbono. El hierro en su estado original es fuerte, pero también es naturalmente quebradizo y se oxida fácilmente. El acero es más duro y resiste la oxidación mejor que el hierro.
Un ejemplo de una aleación con una propiedad especial es el nitinol, que se hace mezclando níquel y titanio. Esta mezcla crea un material que sirve como una aleación de memoria; si está doblado, puede volver a su forma original calentándolo o pasando una corriente eléctrica a través de él. Esta propiedad es útil para marcos de gafas, ya que permite una reparación fácil si se dobla.
Las aleaciones suelen ser más duras que el metal original porque su estructura contiene átomos de diferentes tamaños, lo que dificulta que la capa atómica se deslice sobre sí misma.
La mezcla de metal con otros elementos crea aleaciones. Estos elementos se funden en su forma líquida y se mezclan, o se convierten en polvo que se mezcla y fusiona a altas temperaturas y presiones.