Las células protectoras ayudan a una planta a regular el proceso de fotosíntesis a medida que cambia su entorno. Aumentan y disminuyen de tamaño según sea necesario para retener o liberar gases esenciales para la función celular.
A través de la fotosíntesis, las plantas convierten el agua y la luz solar en energía química almacenada como carbohidratos. La fotosíntesis es un proceso complejo e intrincado, y pocos entornos naturales presentan niveles completamente consistentes de radiación solar y precipitación. Por lo tanto, las plantas deben adaptarse a las fluctuaciones ambientales para sobrevivir. Las células de la guardia desempeñan un papel fundamental en estas adaptaciones.
Las capas celulares más externas de una planta contienen poros microscópicos, llamados estomas, que absorben la luz solar y el dióxido de carbono y liberan oxígeno. Los estomas deben estar abiertos para que se produzca la fotosíntesis, pero los estomas abiertos permiten que el vapor de agua se escape. Para mantener un estado de equilibrio, los pares de células protectoras que rodean cada estoma (la forma singular de los estomas) reaccionan a los cambios ambientales. Cuando el agua y la luz solar son abundantes, las células protectoras acumulan iones de potasio, que atraen el agua a través de las membranas celulares. El flujo interno de agua hace que las células protectoras se expandan, lo que a su vez expone los estomas al ambiente exterior. En condiciones secas, el proceso se revierte; Las células de la guardia que se contraen liberan agua de vuelta a la planta, cerrando los estomas para evitar la pérdida de vapor de agua.