Las vidas de las mujeres en el siglo XIX variaron mucho según la clase y el lugar donde vivían. Un hilo común que los une es la obligación, o las responsabilidades y restricciones que la sociedad les impone.
Las vidas cotidianas de hombres y mujeres se dividieron claramente durante el siglo XIX. Se esperaba que las personas realizaran tareas específicas y cumplieran ciertos roles en función de su sexo para garantizar que el hogar y la comunidad funcionaran de la mejor manera posible. Para los hombres, esto generalmente significa trabajar al aire libre y participar en funciones de la ciudad. Las mujeres, sin embargo, fueron mucho más restringidas en sus movimientos. La mayor parte de su trabajo se realizó en y alrededor de la casa. Las tareas como coser, hilar, cocinar, limpiar y jardinería eran todas familiares para la mayoría de las mujeres de clase trabajadora. El matrimonio y los hijos también eran inevitables para la mayoría de las mujeres, ya que proporcionaban cierto grado de seguridad y estatus social.
En muchos lugares, las mujeres no podían heredar propiedades o dinero. Sin embargo, a pesar del hecho de que en ese momento no eran ciudadanos legales, muchas mujeres hicieron todo lo posible por mantener un grado de autonomía. Las mujeres a menudo dirigían sus propias pequeñas empresas desde su casa intercambiando telas o alimentos hechos en casa por dinero en efectivo u otros bienes. También hay cuentas de mujeres que ocupan empleos fuera del hogar, especialmente con el inicio de la industrialización. Aún así, la mayoría de las mujeres, especialmente las de las clases trabajadoras más bajas, tuvieron que resignarse a una vida muy restringida, eclipsada por los hombres de su comunidad.