La parábola del buen samaritano demuestra que las buenas personas deben tolerar y cuidar a sus amigos y enemigos por igual. Las personas que desean ser buenos samaritanos deben ayudar desinteresadamente a otros que son menos afortunados o diferentes a ellos mismos. Ofrecerse como voluntario en un comedor o en un refugio para personas sin hogar, donar anónimamente a una organización benéfica o dedicarse a ayudar a un extraño que se ha caído en la calle son formas excelentes de encarnar a la persona del buen samaritano.
Esta parábola aparece en el Evangelio de Lucas en la Biblia, y detalla la interacción entre un viajero que ha sido robado y tres hombres que lo pasan en el camino de Jericó a Jerusalén. El único de los tres que viene en ayuda del viajero es un samaritano, que atiende sus heridas y lo transporta a una posada.
En el tiempo de Jesús, los judíos y los samaritanos eran considerados oponentes en muchos sentidos. La parábola fue poderosa porque muchos de los contemporáneos hebreos de Jesús nunca habrían considerado ayudar a un samaritano herido que vieron al costado del camino. La parábola estaba destinada a inculcar en los seguidores de Jesús un sentido de misericordia hacia los enemigos y la bondad hacia los vecinos, independientemente de su raza o credo. Para ser un buen samaritano, uno debe mostrar el mismo respeto y generosidad a todos.