El propósito de Jesús al contar la parábola del hijo pródigo era demostrar la voluntad de Dios de aceptar a los pecadores que admiten sus errores y muestran signos de arrepentimiento. La aceptación del padre contrasta con el resentimiento del hermano mayor para mostrar la diferencia entre la actitud de Jesús y la de los fariseos hacia el arrepentido.
La parábola comienza con el hijo que solicita su herencia, una solicitud que se consideró impropia. Sin embargo, el padre consiente y permite que el hijo se vaya, demostrando el libre albedrío que Dios le ha dado a los pecadores. El hijo termina desperdiciando la herencia y se encuentra deseando el alimento de los cerdos debido a su pobreza; esta secuencia simboliza la idea a menudo defendida por Jesús de que distanciarse de Dios no mejora la vida de una persona.
El hijo pródigo reflexiona sobre el asunto y admite su error al abandonar el hogar. Él regresa y le pide perdón a su padre, ofreciéndose a convertirse en el sirviente del padre; esto simboliza el arrepentimiento de un pecador. El padre, que ha estado esperando que regrese su hijo, lo acepta incondicionalmente a su llegada. Esto demuestra que Dios espera el regreso de un pecador y lo acepta alegremente con su arrepentimiento.
El hijo mayor, usado por Jesús para representar a los fariseos y escribas, está enojado con el regreso del hijo pródigo. El padre intenta razonar con él, pero el hermano mayor se queja de que su hermano menor está siendo recompensado por haberse ido. De manera similar, los fariseos estaban molestos porque Jesús perdonó y ofreció la salvación a los pecadores. El padre termina la parábola expresando su euforia por el regreso del hijo pródigo, enfatizando aún más la felicidad de Dios al recibir a un pecador.