El PIB (producto interno bruto) no es considerado por muchos como una buena medida de bienestar económico porque solo mide las ventas y los ingresos de las compras económicas en lugar de considerar las implicaciones morales. Un ejemplo podría ser un aumento en las ventas de armas, que eleva el PIB y se consideraría positivo; sin embargo, ese aumento en las ventas de armas podría deberse a ventas entre los que tienen una mentalidad criminal.
Este tipo de implicaciones morales no se miden en el PIB. Además, el PIB no mide el tipo de riqueza que se encuentra entre los ciudadanos. Un país del tercer mundo podría ver un aumento en su PIB durante un período de años sin que la calidad de vida mejorara para ninguno de sus ciudadanos. En este caso, el PIB no sería un verdadero indicador del bienestar económico. El PIB tampoco permite ver dónde se distribuye la riqueza, por lo que es imposible saber si hay grandes brechas en los ingresos entre las clases de personas.
El PIB siempre se ha basado únicamente en las transacciones del mercado, por lo que las acciones que podrían ser perjudiciales para la sociedad pueden verse como positivas en el PIB si aumentan la cantidad de dinero que está llegando a los mercados. Esto también hace imposible que el PIB distinga la riqueza real de la riqueza fantasma.